sábado, 26 de enero de 2013

Aldeaseca


Aldeaseca.
  Se han exhumado en las proximidades restos cerámicos que evidencian asentamientos en su término durante el Calcolítico-Edad del Bronce (2800-1800 a. de C.), si bien la primera aparición escrita del núcleo sería muy posterior. Esta primera cita documental data de 1250, fecha en que desde Lyon el cardenal Gil Torres lo incluye junto a otras cuarenta localidades configurando el tercio de Rágama –actualmente provincia de Salamanca- dentro del arcedianato de Arévalo. En tal distribución eclesiástica se nombran también las aldeas de Lavaiuelo e Iuañesdomengo, que han de ser los despoblados Labajuelo y Valledomigo que menciona Madoz en el término, desaparecidos hacia 1616-1618.

 Su imagen a mediados del siglo XIX era la de una localidad con el caserío conformado por edificios de una altura, bien distribuidos y con las calles aún sin empedrar. Sus habitantes, 328 almas, contaban con una antigua casa de concejo para su reunión que al tiempo hacía las veces de cárcel y con escuela mixta. Las cifras de población durante el último siglo ofrecen una triste tendencia paralela a la de la comarca, donde
los 401 habitantes de principios de la centuria crecen hasta 577 en 1960, para desde entonces iniciarse una despoblación acusada en las últimas décadas de la que sirvan como ejemplo los 435 habitantes de 1981 reducidos a 251 en enero de 2010.
  Actualmente la estructura urbana no dista de la presentada, si bien sus edificios han sido masivamente remodelados y en muchas ocasiones sustituidos. Aun con ello se conserva algún ejemplar notable de arquitectura vernácula en la calle del Pozo, fechado según inscripción en 1922, restos de una antigua acequia que llegaba desde el este y vestigios de la fuente de don Juan.

Fachada en la Calle del Pozo.
Crucero en el camino a Villanueva.
Arquitectura vernácula en la Calle del Pozo.

  Entre sus vecinos notables se cuentan Diego Ronquillo, quinto gobernador español de Filipinas entre 1583 y 1584, además de los linajes Osorio y Plaza, relacionados con la localidad a través de las capellanías fundadas en la parroquial.

  Iglesia de San Miguel Arcángel

Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel.
  La iglesia de San Miguel se emplaza en el centro de la localidad, conformando el costado septentrional de su plaza mayor, la de la Constitución, a la que también abre su fachada desde la calle Larga el sencillo edificio de Ayuntamiento.
  Como es frecuente en la comarca el templo es fruto de varias campañas constructivas, si bien al interior su aspecto se unificó en los siglos del Barroco. Al exterior homogeniza el conjunto la fábrica de tapial y ladrillo, que impuestos por el terreno y las condiciones económicas se van adaptando dóciles al discurrir de los sucesivos estilos. De este modo, se configura un templo de planta basilical de tres naves y otros tantos tramos unidas a una cabecera cuadrangular flanqueada por torre y sacristía al norte y sur respectivamente. Su único acceso practicable se abre a los pies mediante un arco adintelado cobijado por un sencillo pórtico; al norte asoman las huellas de una segunda portada cegada por un lamentable enfoscado. Extrañamente no tiene comunicación directa con la plaza mayor.

Fachada Oeste con arco adintelado.
Remate de la torre.
Cabecera, torre y sacristía.

  Como ya observara Gómez Moreno la torre, de estructura medieval, es la pieza más antigua del conjunto. En ella se superponen dos esbeltos cuerpos abovedados, si bien, quebrando la norma como en las de Madrigal, no alternan la dirección de sus ejes –nótese que el abovedamiento del primero tiene impronta de cañizo, estudiada por Sobrino y Bustos-, lo que sumado a su posición respecto al templo quizá delate un modelo tardío. Originalmente se ascendía por una escalera abovedada embutida en los muros perimetrales, impracticable hoy en la zona superior y reemplazada por otra de madera. El remate primitivo desapareció hacia 1791-1793 en una operación que incluía su reconstrucción con el aspecto actual y el “falseado” de los dos primeros cuerpos. Queda por constatar el emplazamiento de la iglesia para la que se construyera esta torre, si bien la falta de huellas en sus tres caras visibles hacen situarla en el mismo lugar que la existente.

Vista del interior de la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel.


  A juzgar por su aspecto exterior la cabecera actual debió construirse en el siglo XV o principios del XVI, siendo recrecida posteriormente en el XVIII, momento en que se sustituiría su primitiva armadura de madera por la cúpula con yeserías que hoy la cierra. Está decorada con quebrados motivos geométricos y vegetales al igual que el resto del templo, con la inclusión de pilastras y angelotes en los puntos cardinales,
recargando un modelo relacionado con la cúpula de San Martín de Arévalo. Exornan las pechinas en singular iconografía los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas, a los que a falta de Juan se une la figura de la Virgen.

Cúpula barroca de yeserías con angelotes, tres de los evangelistas y la Virgen en las pechinas.

  Tampoco escapó a las reformas el cuerpo de naves, que debe fecharse en la primera mitad del siglo XVIII. Fue concebido como un espacio unitario y diáfano a lo que contribuyen la proporción entre longitud y anchura, la levedad de los cuatro soportes y la similar altura de las bóvedas de las naves laterales con respecto a la central. Chocan el trazado clasicista de la fachada occidental y la citada concepción del espacio con la abigarrada decoración barroca del abovedamiento. Durante la segunda mitad del
siglo se adosó a la nave del evangelio la capilla bautismal, cubierta por una cupulilla blanqueada que conserva restos de la policromía original. En ella se guarda una pila granítica de copa octogonal similar a la de Albornos.

Vista de las yeserías hacia el coro.
Cúpulilla en la capilla bautismal.
Pila bautismal.
  Entre las piezas más antiguas de arte mueble se cuentan dos tablas de retablo con los temas de la adoración de los reyes magos y santa Catalina, que Gómez Moreno fechó a mediados del XVI y en las que veía influencias de Miguel Ángel en la primera –probablemente a la vista de la fisonomía del Niño- y flamencas en la segunda a juzgar por el fondo. Cita además una pintura de la Piedad copiada de alguna tabla
flamenca del XV. No menciona sin embargo el retablo renacentista ubicado en la nave sur presidido por un crucificado flanqueado por parejas de columnas entre las que se disponen -¿reaprovechadas?- placas con motivos vegetales junto a animales y seres fantásticos.

Santa Catalina de influencias
flamencas.
Retablo renacentista
 con crucificado.
Adoración de los Reyes con
influencias de Miguel Ángel..

  La renovación barroca del templo fue acompañada de un ornato acorde que incluyó la realización de un conjunto de cinco retablos. El mayor, de un cuerpo sobre predela y ático, está dividido en tres calles y consta que fue dorado por Manuel Martín Labrador y Segundo del Río en 1762, marcando una fecha límite para su construcción. Ocupan el cuerpo principal tallas de san Blas y otro obispo flanqueando al titular,
representado como es habitual doblegando a una bestia y que sería realizado al tiempo que el dorado. Individualizan el conjunto los relieves con pertrechos de guerra alusivos a san Miguel y su divisa: Quis sicut deus (Quién como dios).

Retablo barroco del presbiterio.
Escultura de San Blas obispo.



San Miguel doblegando a la bestia.
Escultura de Obispo que flanquea a S.Miguel.























  En los testeros de las naves sendos retablos de similar cronología. El del evangelio está dedicado a san José, que ocupa la hornacina central portando al niño y el bastón florido bajo la paloma alusiva al espíritu santo. Fue dorado gracias a la contribución de los vecinos y párroco del pueblo hacia 1743-1763. En la nave de la epístola el dedicado a Nuestra Señora del Rosario, cuya actual imagen evidentemente no es la original. Igualmente data de mediados del siglo XVIII, pues era dorado por su cofradía hacia 1762.

Retablo en el lado del evangelio dedicado a S.José.
Retablo en el lado de la epístola dedicado a Nuestra
Señora del Rosario.























  De menor entidad son otra pareja de retablillos apoyados en el primer tramo de las naves laterales dedicados a san Antonio de Padua y la Asunción. Esta última advocación contaba con una cofradía activa al menos desde mediados del siglo XVI que sufragaría los gastos del dorado en el bienio 1762-1764.

Retablo lateral dedicado a la Asunción de la Virgen.
Retablo lateral dedicado a San Antonio de Padua.



  



















  Ermita del Santo Cristo del Prado
  La ermita del Santo Cristo se encuentra a pocos cientos de metros hacia el este de la localidad, desde la que el mejor acceso es una amplia pista forestal en cuyos costados aguarda algún crucero. Según Madoz habría precedido a la actual advocación la de Santa María de Ubeque, quizá mudada por la actual tras la legendaria protección que ofreciera el Cristo a la población al paso de las tropas francesas a comienzos del
siglo XIX.
Ermita del Santo Cristo del Prado.
  Sea como fuere, el santuario es un austero edifi cio construido con ladrillo y cajones de mampuesto, cuyo ornato al exterior se resume en una sencilla espadaña de un vano que ha perdido su campana y los basamentos de sendas bolas que rematarían los extremos del frontón al modo en que sucede en la parroquial. Cuenta con planta rectangular canónicamente orientada y accesos al sur y poniente, este último cegado. A juzgar por su aspecto debió construirse hacia fi nales del siglo XVIII o primeras décadas del XIX.



Textos: Raimundo Moreno en "Memoria Mudéjar en la Moraña".

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